viernes, 27 de diciembre de 2019

Ganadores y ganadoras del certamen de relatos

¡Ya tenemos a los ganadores del certamen de relatos IES García Lorca! El ganador de 1º y 2º es Abel Cadenas, de 1º A, con su texto Aceptación, y Macarena Hormigo , de 4º, con su relato  Antes de querer primero debes aprender a amar. Ainhoa gonzález, de 2ºB, ha obtenido un accésit por su relato El viaje inesperado. Enhorabuena  a los ganadores y ganadoras!!! A continuación os presentamos los textos.



ACEPTACIÓN

Últimamente he estado pensando en eso, lo que llamamos “tartamudez”, lo que precisamente me ocurre a mí. Muchos lo consideran como un trastorno o desorden de la fluidez del habla y yo añadiría: “No es una enfermedad”, “no se contagia”. Sí que es verdad que puede causar ansiedad y fobia social, porque hay muchos momentos en los que siento vergüenza, angustia y esa constante superación, para no encontrarme aislado de los demás.
Esta mañana me he levantado con ganas de saber algo más de mi problema, porque para recordar que tengo que relajarme y no tener tensión muscular en la cara, cuello y no sufrir miedo ante el estrés ya tengo a mi amiga y logopeda Ana. Me introduje en el mundo de internet y averigüé que el filósofo griego Aristóteles era también tartamudo, y llegó a la conclusión de que las personas tartamudeaban porque pensaban más rápido de lo que podían hablar y señalaban a la lengua como responsable al ser incapaz de seguir la velocidad con la que fluían las ideas.
No solo está Aristóteles, hay muchos personajes públicos y más actuales del mundo del cine como Marilyn Monroe, Julia Roberts, Bruce  Willis, Anthony Hopkins, que eran o son tartamudos.
Después de una pequeña pausa, vuelvo a ser Abel, el niño tímido que trata de disimular la tartamudez de diferentes modos como tosiendo, esquivando la mirada o bien eligiendo el silencio cuando en un momento dado los maestros y profesores no me dan el tiempo necesario para expresarme.
Con todo esto he llegado a la conclusión de que mientras más se cubra y se trate de ocultar el problema, más se tartamudeará. Las claves están en “Aceptarse a sí mismo”

                                               Abel Cadenas Rodríguez, 1ºA






ANTES DE QUERER PRIMERO DEBES APRENDER A AMAR

Aquella tarde, mientras Antonio estaba sentado en el salón de su casa, su hijo, ya con 14 años, se acercó y sentándose a su lado le dijo: Papá, quiero cargar un paso este año.
Antonio levantó la vista, miró  los ojos de su hijo y le advirtió: antes de querer, primero debes aprender a amar.
Con un padre cofrade, siendo un monaguillo antes que penitente y penitente antes que costalero, aquella frase no tenía sentido. Sonó a un no, ni siquiera a un “haz lo que quieras”, era un no encerrado en un enigma que no llegaba a descifrar.
¿Eso es que no me dejas? Mis amigos van a cargar todos, van esta tarde al primer ensayo.
Eso no es que no te deje ser costalero, eso es que antes de querer cargar, tienes que aprender a amar lo que vas a hacer, a amar a quien vas a llevar. Solo así podrás apreciar de verdad lo que estás haciendo.
Ven, hijo, siéntate y escucha. ¿Te acuerdas de Raúl, mi amigo de la Cofradía que ahora está en la junta de gobierno llevando la bolsa de caridad? Ese que organiza las rifas y los maratones de fútbol para sacar dinero para después donarlo. Pues también fue costalero. >Un costalero tardío, como a él le gusta decir.
Raúl también tenía amigos, como tú, que cuando cumplieron 18 años y después de haber salido algunos años de penitentes creyeron que les llegó el momento de meterse debajo de un paso. Se enteraron de que una cofradía había cambiado de capataz, necesitaba gente, y allí fueron. Todos entraron, menos dos, mi amigo Raúl y el que es tu padrino, José Antonio.
Raúl no entró porque no le dejaron sus padres, había tenido un problema en la espalda de pequeño y su madre le pidió que no lo hiciera.
José Antonio no entró porque no era su cofradía, esperaba la oportunidad de cargar a su Cristo y no le valía entrar en cualquier paso, aunque allí estuvieran sus amigos.
Esa Semana Santa todos salieron, pero Raúl y José Antonio vieron la cofradía en la que iban sus amigos desde la acera, mirando con envidia, pero sabiendo que no era su sitio.
Al año siguiente, José Antonio consiguió entrar en la cuadrilla de su Cristo, mientras que Raúl seguía sin poder cargar y soñando con lo que se tenía que vivir allí abajo.
Llegó el Domingo de Ramos con una tarde de sol y José Antonio le pidió a su amigo Raúl que fuera a verlo a la salida porque en la primera marcha se acordaría de él. Raúl no solo fue a la salida, en cada esquina, un joven con mirada ensimismada y soñadora se encontraba entre el público, hasta llegar a la recogida. Allí esperó a que su amigo saliera y le contara qué había pasado, cómo era, qué hacían sus compañeros, cómo se sufría y cómo se disfrutaba. Después de eso, el sueño se agrandaba, la ilusión por verse reflejado en su amigo se acentuaba.
Pasaron los años y aquel grupo que se había apuntado para salir todos juntos en un paso, lo había dejado. La ilusión duró lo que dura la de un juguete nueve para un niño, poco.
La magia de la novedad se había perdido, pero José Antonio seguía cada tarde de Domingo de Ramos saliendo bajo el dintel de la iglesia a aquella plaza donde Raúl lo esperaba sabiendo que, en la primera marcha de cada año, su amigo se acordaba de él, de su imposibilidad de salir y de su ilusión por hacerlo.
Siete semanas santas después, Raúl decidió que, tras haber fortalecido su espalda, estaba preparado para intentarlo. Fue a hablar con el capataz de su cofradía, en al que había salido de monaguillo, de penitente, en la que había limpiado plata, montado los pasos, ayudado a vestir a Cristo… En la que había hecho casi de todo, menos poder llevar a su Cristo sobre su costal.
Tras una conversación con el capataz, llegaron a la conclusión de que haría ensayos para probarse y que antes de cerrar la cuadrilla, tomarían una decisión.
Así fue, después de haber ensayado en varias ocasiones, de haber sufrido en los ensayos el peso de los kilos, Raúl decidió que había llegado la hora.
Llegó el día, Raúl estuvo de madrugada en la iglesia, sin querer pensar lo que pasaría por la mañana, porque en el fondo tenía miedo. Le angustiaba el hecho de no estar a la altura.
Desayunó en su casa como hacía cada año cuando salía de penitente, pero esta vez, la ropa que tenía para ponerse era un pantalón negro, una camiseta blanca, unas zapatillas y una faja. Se vistió con la misma ilusión con la que se acuesta un niño la noche del 5 de enero. Disfrutó el camino hasta la iglesia como si el mundo se hubiera parado a sus pies.
Pero de repente, en la intimidad de la iglesia, cuando se encontraba frente a Él, apareció la angustia. Por su cabeza pasó la imagen de tantos y tantos cargadores que desde chico había visto salir de debajo de los pasos, y a los que admiraba simplemente por ser cargadores, los malos momentos que su amigo José Antonio le contaba cada año cuando el peso de los kilos llegaba con más violencia en una calle cualquiera del recorrido y la responsabilidad del que amaba lo que hacía.
La angustia le acompañó hasta que estuvo debajo del paso y el capataz dio la primera llamada con el martillo, fue entonces cuando el trabajo venció a los fantasmas de la imaginación. Y así, paso a paso, rezo a rezo en cada parada, Raúl fue caminado y se hizo costalero.
Y quizás no haya sido el mejor costalero que ha tenido la Semana Santa de La Puebla en cuanto a fuerza, pero sí uno de los mejores compañeros que ha habido debajo de un paso. Un costalero callado, entregado, solidario y con un sentido de la responsabilidad sobre lo que estaba haciendo como pocos he conocido, terminó de contarle Antonio a su hijo.
Te voy a decir una última cosa, le dijo Antonio mirándole a los ojos: mi cofradía sale el Jueves Santo y la tuya el Viernes Santo, ¿verdad?, ¿sabes por qué?, yo no te apunté en mi cofradía como hacen muchos padres con sus hijos al nacer. Yo procuré que te gustaran las cofradías, a partir de ahí fuiste tú quien libremente eligió a la que querías pertenecer. No ha sido la misma que la mía, pero amas a tu Cristo como yo amo al mío.
Con la historia de Raúl te he querido transmitir lo mismo. No se trata de querer, sino de amar lo que vas a hacer.
Finalmente, tras un silencio reflexivo, el hijo le dijo a Antonio: Papá, esta tarde no voy a ir al ensayo con los amigos, ¿me puedo quedar aquí contigo viendo vídeos de Semana Santa?
                                                                                             
                                                                                              Macarena Hormigo, 4ºA





EL VIAJE INESPERADO

Eva y Leo tenían sus vacaciones previstas para el verano  de 2015, unas vacaciones muy deseadas por los dos puesto que eran amantes de la cultura egipcia, y sobre todo por conocer en persona la tumba del tercer faraón de la dinastía XIX de Egipto Ramsés II, uno de los faraones con más historia.
Ya habían llegado a Egipto dispuestos a soltar sus maletas y adentrarse em la aventura. Estuvieron visitando monumentos como la esfinge, las pirámides de Guiza, etc.; hasta que llegaron a El Valle de los Reyes, en el que se encontraba la tumba kV7, es decir, la de Ramsés II. Este reinó durante 66 años y falleció a los 90 años.
Pero justo en el momento en el que entraron Eva tocó sin querer una esquina de la tumba, que se movió cuidadosamente pero no le pasó nada. Ellos notaron que algo estaba cambiando, y de repente ya no llevaban su ropa habitual, llevaban unos tejidos de seda y algunos brazaletes de oro. A su alrededor ya no estaba la tumba, había muchos picos y palas, parecía que estaban construyendo algo. No se movieron ni un milímetro hasta que una voz grave les llamó.
-Eva y Leo, venid aquí ahora mismo- les ordenó aquella voz.
Ellos, sorprendidos, fueron rápidamente, y nada más salir de la tumba todo había cambiado, ya no estaban en 2015, habían retrocedido en el tiempo hacia el año1233 a.C. Ellos no entendían lo que estaba ocurriendo, pero aquella voz grave les volvió a llamar.
-Venid ya, no lo repetiré otra vez.
Eva y Leo se miraron impactados. Estuvieron mirando a esa persona durante segundos y supieron de quién se trataba, era Merenptah, hijo de Ramsés II. Este les indicó que les siguiera, hasta que finalmente llegaron a un gran templo.
Merenptah los metió en un habitáculo en el que les contó lo que llevaba planeando desde hacía años. Ellos se quedaron impactados ya que este les habló de cómo tenían que matar a su padre. Al negarse, Merenptah les advirtió de que no era un ruego, que era una orden, y si no la cumplían serían ellos los que morirían.
Estaban nerviosos y asustados, ya que esa misma noche tendrían que matar a Ramsés II, no tenían elección: era o ellos o él, y solo tenían que ponerle una copa de vino envenenada. Al llegar la hora no sabían lo que estaba pasando, pero sí lo que tenían que hacer. Eva se acercó lentamente a Ramsés II llevando la copa consigo, y cuando estuvo frente a él, con los nervios, se le cayó el pequeño frasco de veneno que llevaba escondido en la manga. En ese instante los guardias se dieron cuenta de lo que estaba ocurriendo, Eva y Leo querían envenenar al faraón, este los condenó inmediatamente a muerte.
Fueron llevados a una cueva, en la que serían enterrados vivos. Al cerrarse la cueva con una gran losa, se abrazaron medio muertos de miedo, creyendo que era su fin, y cuando volvieron a mirarse se dieron cuenta de que estaban dentro de la tumba de Ramsés II junto a las personas que les acompañaban.
Se preguntaron qué había pasado, si había sido un sueño o había pasado de verdad; lo que sí hicieron fue seguir sus vacaciones sobre aquel bello lugar.
Volvieron a su vida normal y nunca volvieron a hablar de ello.


Ainhoa González, 2ºB





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